
Es emocionante pasear por la rúa Acibechería. Está flanqueada por casas de piedra, y alguno de los edificios más bonitos de la ciudad. Baja en cuesta, y acaba en un tunelcillo que desemboca en la plaza de la catedral, en el fin del camino. Es increíble ver caminar a un peregrino y pensar qué puede estar pasando por su cabeza, ante tan escasos metros del final...
Esta semana de gira me ha hecho regresar a nueve años atrás. A aquella primera llegada a la ciudad, con la pierna vendada y sin poder apenas caminar, y a la segunda, dos años más tarde, cuando por fin pude terminar el viaje y la increíble MERCEDES se cruzó España en un coche alquilado para acompañarme en ese momento. Sentarme en la plaza del Obradoiro es parar el tiempo. Podría estar horas y horas... Una gaita te acaricia, los caminantes van llegando, y tú sabes que ese lugar es importante en tu vida.
Mis compañeros entraron a ver al santo por dentro. Yo preferí quedarme fuera y no ver el interior. Algo me dice que el momento adecuado será cuando vuelva a cruzar esa puerta, pero con esos 900 kilómetros en mi mochila. Me muero de ganas de hacerlo.