viernes, 7 de febrero de 2014

... O la vida de un actor en RUMANÍA (y III)

... Ya llevo unos días de pateadita por esta ciudad, los suficientes como para poder hacer un resumen de las cosas que he ido viendo. Puedo resumirlo en cinco letras NIEVE.
 La nieve fue la protagonista del primer lugar en el que me sumergí. Cerca del hotel, pegado al plató, tenemos un pequeño cementerio; lo vi de camino al rodaje y con la nieve me pareció sugerente. No me equivoqué. Pasear por las lápidas heladas me trasladó a otra dimensión, el silencio era intenso, como queriendo respetar los diálogos que podrían estar desarrollándose de tumba a tumba. Sólo el sonido de algún cuervo, escalofriante, interrumpía la paz.
   El contraste con los ritos funerarios a los que estamos acostumbrados los españoles no pudo ser más bestial. Una MERCEDES VITO, antigua, de obra, con sus operarios de obra, un ataúd prácticamente de obra y una pequeña capilla con dos nuevos inquilinos velados por un mismo abuelo. Sobrecogedor.
   Pasamos del silencio sepulcral al tránsito rodado. BUCAREST es una ciudad grande, al estilo europeo. Me comentan, incluso, que es la única ciudad de ese estilo en una RUMANÍA más rural. Es una gran capital, con edificios de tamaño monumental y corte clásico, de aspecto grandilocuente de su época comunista. Tiene sus zonas animadas y con mucho bullicio, como todas las avenidas que bordean el casco viejo, una especie de GRAN VÍA con muchas cosas para ver. Contraste brutal si te introduces en un mercadillo de barrio. Entrar allí es una mezcla de sensaciones, como hacerlo en un mercadillo árabe, con sus vendedores cantando sus mercancías, su bullicio, sus abuelas con pañuelo a la cabeza llenando los bolsos...
... Pero volvamos a la paz. Nieve y más nieve. Salí de la BISERICA CREJULESCU (ahora os hablo de las iglesias típicas de aquí) hasta el PARQUE CISMIGIU. Allí se acabó la visita. Me cautivó. Tanto que tuve que pasear, pasear y pasearlo durante horas. Se respiraba tanta paz, y tanta pureza en el aire... Fueron horas y horas caminando en círculos (y nunca mejor dicho, por entre el círculo que forman las estatuas de los grandes de la literatura rumana), asistiendo a partidas de ajedrez jugadas en mesas tablero, y disfrutando de paseantes tan simpáticos como estos...
... Un momento casi divino... Hablemos de las iglesias ortodoxas. Son, sencillamente, otra movida. Uno llega a entender el cómo en aquella época explicaban a los creyentes la historia de su religión. Son reductos de color, de alegría, los colores son vivos e intensos, y por todas las paredes se narra la vida del Creador, no queda ni un trozo vacío. Tanto color y las reducidas dimensiones que suelen tener, hacen de estas capillas un lugar acogedor, fresco, en el que apetece estar. Algo así como el cine para los fieles de la época...
... Tengo más. Mucho más. Pero esto ya se nos está haciendo largo. Esta noche, en las interminables esperas del rodaje, os cuento mis primeras fechorías (que las hay, y gordas, por aquí...)


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