lunes, 29 de enero de 2018

Dulce ese tarro...

 ... Llevo ya la friolera (apropiada expresión siendo en enero) viéndoles envejecer. O mucho mejor dicho, viendo cómo pasa la vida, porque cuando estás ante ellos da la sensación de que hay cosas que no envejecen. Basta para eso ver la cara de MANUEL. Es el que toca el acordeón, en la foto de arriba. Para mí es quizá, una de las sonrisas más bonitas y francas que he visto jamás. Habla de la ilusión, del amor por una tierra, por una música y por una tradición que, 25 + 1, mantienen viva.
   He llevado amigos, novias, perros, socios, hijos, compañeros de trabajo de todo género y edad. Uno nunca sabe cómo explicarlo. Ante algo que a uno le apasiona, tiende a sobreexplicar, a ser un auténtico plomazo, a crear demasiadas expectativas. Ahora ya opto por el silencio. Dejo que las notas hablen. Y todo el mundo acaba descubriendo en su piel un pedazo de país emocionante y precioso, que es el mío.
   Porque hacer la Ronda es hacer Aragón. Cargo energías para todo lo que me quede sin estar en él, que por desgracia puede ser mucho tiempo sin volver.
   Este año ha sido especial. Saber que dentro de unos meses, con la ayuda de unas personas maravillosas, una de ellas incluso tiene un Premio Goya, pero merece cinco por su calidad humana, una de las canciones de la Ronda va a convertirse en cine, lo ha hecho más emocionante si cabe. Actores de lujo, amigos de siempre y amor por un país.
   Y embutido. Y bizcocho. Y vino. Y moscatel. E himnos. Y cinco horas de bailar, bailar y bailar. Hasta ser nombrado como Villano Lino-Llano, y acabar como se ha de bailar. Con una chica muy guapa que sea de ese lugar... de cada brazo.

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