sábado, 8 de agosto de 2009

Echándome a la calle

... Tenemos algo de pueblerinos los zaragozanos. Somos ciudadanos empedernidos, nos encanta serlo, y yo desde que emigré, más que nunca.
Por esto, estos cuatro días, no he parado en casa. No hago otra cosa que echarme a la ciudad. Con cualquier excusa. Al zaragozano le gusta tener que ir a hacer gestiones al banco. O ir al médico. Tener unos papeleos pendientes. Le gusta y lo necesita. Porque así pasa arriba y abajo por el Paseo Independencia, y se encuentra con alguien siempre, seguro. Y al zaragozano le gusta conversar. El zaragozano es sociable. Y siempre hay un DERBI, o un CAFÉ DE LEVANTE, o el ínclito BEARÍN.
Cuando sale del café, ha pasado algo de tiempo, pero al zaragozano no le apura. Seguirá su camino, tal vez hasta dé un poco de rodeo por pasar por aquel o este rincón, sólo porque hace tiempo que no pasa. Se siente orgulloso de su ciudad, aunque sepa que hay muchas cosas que no funcionan... Cuando ha terminado sus gestiones pasa por otros lugares. Vuelve al café. El zaragozano necesita dos sesiones de café, una acompañado, otra sólo para él. El zaragozano puede pasar un buen rato, quizá una hora, sosegado, con el HERALDO, el MARCA, su libro... Al zaragozano le gusta mirar pasar a la gente desde su silla.
Cuando a mediodía, el zaragozano regresa a su hogar, sabe que ha aprovechado la mañana. Se siente feliz de ver y ser visto. De saludar y ser saludado. De ser un ser sociable en una ciudad sociable. El zaragozano no vive esta paz, ni en Madrid, ni en Barcelona, ni en Lleida, ni en Pucela. Por eso el ciudadano de Zaragoza come feliz. A la tarde volverá a salir a pasear...

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