miércoles, 6 de mayo de 2009

Al mismísimo filo...

... Corría noviembre de un año impar, y no había aún azúcar en mi vida la última vez que había subido a la montaña. Demasiado tiempo...


La expedición la formó el equipo habitual. Hicimos la habitual parada para almorzar, la habitual llegada al refugio... pero lo bueno en estas expediciones comienza al abandonar la civilización.


Comienzan los primeros metros de desnivel. Un refugio, una humilde caseta de pastores espera más adelante. Allí dormiremos. Es igual que haga un frío terrible, las goteras de la cabaña, que alguno de los expedicionarios ronque como un animal, el viento que se cuela por las rendijas...

Ante el fuego, todo se para. A quien lo inventara le debemos la paz, la magia de noches como ésta, el alivio del calor, el sabor de la brasa... Gran invento, que nos une y nos hace sentirnos más humanos, mucho más...

Al día siguiente, JESÚS y yo partimos hacia el Valle de los Sarrios. Estoy cansado. Me duele la rodilla. Un resumen acertado sería decir que estoy bastante fuera de forma. Pero la montaña te tira. No se le puede explicar a quien no ha caminado sobre una alfombra de nieve, hundiéndose, sufriendo, pero tan seguro de llegar a su objetivo. En ningún lugar la AMBAR sabe mejor como en la cima.

Emprendes regreso despidiéndote del paisaje. Lo miras por última vez. Una jarra en el lugar de civilización...y vuelves a Zaragoza, con los músculos cansados, con la cara roja por completo, pero pleno. Y pensando en cuándo será la siguiente...

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