lunes, 21 de julio de 2008

Mi casa...

... Se está convirtiendo en uno de los caballos de batalla de nuestra estancia. Y tiene gracia. El otro día hablábamos en el mismo hall del hotel de lo necesario que es que nos encuentren un alojamiento porque queremos salir de aquí. Cualquiera que nos oyese (menos mal que de castellano sólo controlan a JULIO IGLESIAS) habría quedado boquiabierto. Como si estuviéramos en un campo de concentración y no en un hotel rural paradisíaco.
Necesitamos un lugar donde tener una habitación para cada uno (distingo a ojos cerrados los pedos de DAVID de los de cualquiera de los ORIOLES), un lugar donde cocinar (por pasta y por salud), no tener que hacer veinte kilómetros para lavar nuestra ropa (y que al mezclarla se pierda uno de los calcetines que me regalo mi niña)... Cosas lógicas ¿no?
Pero qué queréis que os diga. Me siento muy pesimista con este tema y doy por sentado que todos los días los pasaremos aquí. Ojalá pudiera estar un mes aquí. Con FANY, sería maravilloso, o con mi madre, que tanto le gusta viajar. Aquí se respira paz. Paz... con la falta que nos hace.

Estamos en medio del campo. Vacas, ovejas, caballos, aves de todo tipo... El silencio sólo lo rompen ellos.

La dirección del hotel la llevan entre todos. Destaca un pintoresco hombrecillo, claro trasunto de VALLE INCLÁN, que degusta café y cigarrillos en el jardín. Su función no es baladí, pues tenerle en el jardín es como transportarse a otra época, a un ambiente bohemio y literario. Le acompañan siempre los gatos. Gatos y vacas holandeses parecen sacados de una oficina, funcionarios fieles y cumplidores con su tarea, a saber, dormir unos, pastar las otras.
La esposa del literato lleva la gestión de las habitaciones, el orden, prepara el desayuno con esmero, igual cada día, con amor. De tanto en cuanto se sienta en su sofá a ver la tele, para que algún cliente la moleste pidiéndole café, cerveza, toalla, o el artículo más insospechado.

El personal de cocina... MICHAEL, cocinero, todavía está dando botes de alegría por la botella de aceite de oliva que le regalamos. Su novia, que atiende el restaurante, es un terremoto. Pero de los buenos. Te habla, te toma nota, te sonríe, te cuenta un chiste y te hace darte cuenta de que no hay oficios pequeños, sino trabajadores mediocres. Ella, desde luego, no lo es. Un día de la semana que viene nos dejan la cocina. Saben de nuestra situación y de vez en cuando nos obsequian con algunos tomates, pan, alioli...

Estar aquí y resistir esta presión sería imposible sin el jardín. En él he leído, escrito, respirado, relajado, meditado, rezado, escrito este blog. No faltan las flores, más bien el espacio entre ellas. Todo está cuidadísimo... Se nota que los dueños viven aquí y aman realmente su trabajo.
Por estas y más razones estar aquí está siendo un lujo. Espero que pronto dejemos de estarlo. Pero qué a gusto volveríamos...

2 comentarios:

  1. Joder, todo lo que me había perdido. Entre la semanita por Budapest y Praga y la semanita que me ha costado aterrizar... Por cierto, mira que irme a Praga a conocer a tres mañas... En fin, que espero que el pinchazo haya supuesto tocar fondo, para que ahora sólo podáis ir hacia arriba. Ya iré leyendo. Ah, y quiero una postal :P
    Besos
    Carmencita

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  2. Me han gustado mucho las fotos de Holanda, las mejores me parecen las de los gatos , las palomas de colores, el sr. cambiandose de pantalones, los pavimentos , las flores y ....., bueno, me han gustau¡.
    Un saludo caluroso de Mariló y gracias por acordarte de mi

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