miércoles, 25 de junio de 2008

De juglares y medievos...


... Este año, de momento, sólo haré dos, porque me pego todo julio y agosto fuera. Pero no hay cosa que me guste más en verano que coger mi coche, mis dos maletas, mis espadas y algo de cuento, y dejar de ser don Jorge Andolz, dejar de vivir en este siglo, y zambullirme en otra época, tan lejana que, de no ser Sara Montiel, difícilmente habremos vivido...

Lo que tiene de especial estos días de mercados medievales y que no es fácil de encontrar en esta profesión es que vives y actúas a la vez. Sí, eres un actor, estás haciendo el papel, pero también haces de ti mismo en tantos y tantos momentos, eres tú y eres otro... Y dejas de ser el leproso, o el guerrero, o el fraile, pero en el fondo sigues llevando contigo el papel del trovador, y en cada encuentro con la gente de los pueblos, con los artesanos, con los niños, sigues haciendo sonreír... o lo intentas.

Cuanto más pequeño es el pueblo más lo disfruto. A veces tengo la sensación de no estar allí trabajando, de ser el invitado de honor de verdad, por cómo te acogen, te sonríen, te invitan, te cuidan... Recibir un aplauso atronador sobre las tablas de Broadway es la leche (bueno, supongo). Pero es todavía más increíble, y esto lo sé, que no te aplaudan porque eres uno más, dejar la ropa en el ayuntamiento y que siempre tengas un vaso de vino, un plato de viandas o una persona con la que pasar un rato. Te dejan entrar en su vida. Es increíble.


Por no hablar de los ratos de delirio con los músicos, malabaristas, y toda clase de gente friqui que nos juntamos allá. Sin internetes, sin mucha cosa que hacer. Sólo pasarlo bien, comer, beber, vivir, buscar pendencias y amoríos (los que pueden y los que saben, desgraciadamente nunca suelen darse las dos condiciones a la vez, pero éste es otro tema...)

Por eso suelo volver a casa más contento tras un fin de semana de medieval.
Porque siempre vuelves con la maleta más llena de lo que te fuiste. Y porque, aunque nunca sabes si volverás a ver a aquella gente, durante unos días, aquella gente te hizo sentir como en casa. Por eso cada curva del viaje de regreso se disfruta a la vez que se entristece uno un poquito...


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