
... He tenido ocasión de volver a ver esta semana un espectáculo de teatro que había visto ya meses atrás. El cristal con que se mira cambia de color cada día, y lo cierto es que una obra que en su día me pareció sencillamente genial y me puso en pie, esta vez me pareció bastante justita, y salí del teatro dudando que hubiera pasado lo mismo por delante de mis ojos.
¿Estuvo la obra peor? ¿Fui yo como espectador el que entré menos en ella? ¿Hay manera de saberlo?
Este año, una vez más, rozaré el centenar de actuaciones, por arriba o por abajo. Cien veces lo mismo... ¿cómo mantener la ilusión, la frescura, la magia de la primera vez en una representación de este tipo?
El problema imagino que se agrava si lo extrapolamos a las relaciones humanas. Me pregunto si se puede sentir esa magia durmiendo con la misma persona durante años, una vez que lo ves tan a fondo que, al igual que en aquel espectáculo, eres consciente de todos los defectos, y además de lo que reluce ves lo que está más podridito.
Supongo que ese es el reto. Grandes actores y grandes enamorados. El gran actor es aquel que siempre sabe colocarse ante el público y dar lo mejor de uno mismo. El gran amor es aquel que perdona, que comprende, que mira y que te ama hasta cuando duele o cuesta más.
Soy consciente de que Dios no me dio el talento para ser un genio, ni en una cosa ni en otra. Así, alternaré grandes errores con momentos de brillantez. Nunca seré el mejor actor, ni la mejor persona del mundo. Pero nadie me va a impedir intentarlo...