martes, 3 de julio de 2018

Estocolmo...

 ... No sé si soy yo o es algo que le pasa a más gente. Pero tengo la sensación de que cuando uno sale de España es como si cruzara un portal. Ese portal se llama Europa. Y es que, de los pueblos de Bélgica en los que actué a Croacia y sus festivales de cine, del Londres más contemporáneo al Gales más atroz, todas ellas tienen un sabor diferente. Sabor a Europa. Y si pudiera definir este sabor, Estocolmo se lleva la palma.
   ¿Y a qué sabe esta Europa? Sabe a café. A café espumoso en una plaza de ciudad, una plaza antigua, empedrada. Un café que puede costarte cinco euros (nueve con tarta de chocolate). Pero es que en su carestía viene incluido el disfrute de la plaza.
   Color. Color. Color. Estocolmo es todo color. Casas de colores, rojo terciopelo, amarillo sueco. Las casas del casco histórico invitan a pasear por él. Evitando turistas, evitando unos escaparates realmente tentadores (menos mal que los precios de los artículos hacen su trabajo). Porque Estocolmo es también textura. La textura de un jersey que sólo con tocarlo quieres hacerlo tuyo. Deseando que llegue el invierno. Es suave, cálido, insisto, menos mal que su precio (puede rondar los 300) te deja frío.
   Estocolmo es sol. O eso desean sus habitantes. El sol se celebra. Por eso sus lugares más populares son los parques y las terrazas. Y es que el europeo hace vida de calle, hay que lanzarse a ello a la menor opción.
   Luego, Estocolmo es modernidad. La modernidad de varios edificios europeos, funcionales, salas de teatro, centros culturales con una programación inabarcable, donde puedes pasar toda una mañana absorto en sus galerías. Siempre odié ese cemento típico con el que vinieron a cargarse la ribera de mi Ebro zaragozano, pero reconozco que en estas grandes plazas y edificios tiene su encanto.
   Estocolmo son islas. Islas, islas y bosques. Porque antes hablaba de los parques, pero en realidad no son tales. Una isla entera puede estar ocupada por un bosque, como DJUGARDEN. Con unos cuantos edificios imponentes, y varios cafés veladores, de estos que en Zaragoza se ponen de moda y se llenan de hipsters, pero éstos con el gusto de lo auténtico. Sin duda para disfrutar de Estocolmo hay que pasear por entre sus islas. Y llenarse los ojos de colores. Quizá sea una de las ciudades más bonitas donde he estado. Y me quedan todavía dos meses por descubrir.
 


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