
Disfruto del ritmo que va cogiendo la obra. Soy un espectador privilegiado. Disfruto de los momentos que tanto me gustan, de los errores, imperceptibles, de mis compañeros, de ese gesto nuevo que aparece hoy. Salgo a mover un tronco. El público está ahí. Lo respiro. Me toca salir. Casi clandestinamente salgo a escena. No es aún mi personaje. NO quiero que me reconozcan. Bajo a cambiarme. Me ajusto la corbata. Estoy más nervioso de lo normal. Hoy viene ella. Se supone que por sorpresa, pero ni es fácil guardar un secreto ni su risa pasa desapercibida. Salgo al escenario y me tiemblan las piernas. ¡Será posible! He salido más de mil veces a escena y resulta que ¡UNA! persona es capaz de provocarme el mayor nerviosismo de la historia.
Me voy relajando. Disfruto más. No me doy cuenta y ha volado hora y media. Veo a mis compañeros, entre las cajas, en los pasillos. Felices. Transmiten alegría, están contentos. Gestos de cariño. Esto se acaba. Nos aplauden.
Bajamos al camerino. Doblo mi ropa. Estoy agotado.
Pero qué bello es lo que he escrito. Estoy hablando de mi trabajo.
Por eso tengo el mejor del mundo...
No hay comentarios:
Publicar un comentario